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Las artes marciales ‘curan’ su dislexia: «En el tatami me crezco»

Hasta llegar a la edad adulta, Antonio José Soler (Jerez), ha sufrido la incomprensión de los demás ante su dislexia. A pesar de todo, hace un lustro que imparte clases de artes marciales en su propio dojo donde se expresa de forma fluida. Pero recuerda su infancia y adolescencia: «Hubo algunos malentendidos; me trataban como si tuviera síndrome de Down”.

“¿Qué?”, ¿-q-u-é-? Sólo tres letras, dos signos de interrogación, una palabra… pero desde pequeño odia oír cómo escupen este pronombre interrogativo una y otra vez los demás, aquellos con los que habla cuando no logra hacerse entender debido a su dislexia, trastorno que padece un 20% de la población.

Antonio José Soler (Jerez), son dos personas diferentes. El Soler que se despierta en su dormitorio presidido por un póster de Einstein —su referente, también disléxico y una de las personas más inteligentes de la historia—, el tímido, poco hablador, el que tartamudea y se pone nervioso cuando habla con una chica… Y luego, el otro Soler: el maestro de artes marciales, más seguro de sí mismo, que se expresa infinitamente mejor, de forma más ágil, aquel con la autoestima alta, que viste kimono sobre el tatami y, entonces, se siente como “el puto amo”.

Aunque a sus 43 años dirige, gestiona e imparte clases de tai jitsu en su propio dojo (gimnasio) desde hace un lustro, nada ha sido fácil. Con apenas cinco años no pronunciaba bien las palabras. Su atraso lingüístico era bastante pronunciado y saltaron las alarmas. Fue diagnosticado de dislexia.

Aunque muchos lo piensan, no se trata de una enfermedad, sino de una dificultad en el lenguaje oral, en el escrito y en la comprensión de los símbolos lingüísticos. Él era pequeño, en ese momento no lo entendió. Su madre lo asumió con la entereza que suele caracterizar a la mayoría de las progenitoras al notar vulnerable cualquiera de sus hijos. Su padre, más chapado a la antigua, le trataba como si tuviese alguna deficiencia. La recta final de los ochenta y el comienzo de los noventa “eran otros tiempos, ellos sentían frustración”, recuerda.

Durante la instrucción el comité médico le ofreció la oportunidad de librarse de la mili por su dislexia. Su orgullo se lo impidió. “No quería un papel que pusiera inútil”.

Comenzó a asistir a sesiones con diferentes especialistas. Fue trasladado al único centro educativo jerezano que contaba con el apoyo de la primera logopeda que trabajaba para los colegios de toda la provincia de Cádiz. Con sus compañeros no tuvo problemas especialmente graves, afirma Soler algo dubitativo: “No sabían qué era la dislexia. Hubo algunos malentendidos; me trataban como si tuviera síndrome de Down”.

Un profesor sí le marcó. “Era bueno, pero no me entendía. Pensaba que mi problema era la flojera”. Inglés y Lengua se convirtieron en su cruz. Durante tres años le ordenaba copiar y hacer dictados, no salía al recreo y debía permanecer en el aula al finalizar las clases para mejorar. Sin embargo, por más copiados y ejercicios que hiciera continuaba cometiendo faltas de ortografía. En cambio, sí le sirvió y mucho para hundir su amor propio. “Lo pasé mal. Me bajó mucho la autoestima, me volví tímido, salía menos a la calle…”.

Consiguió estudiar delineación. En el instituto recibía clases de Lengua con logopeda y junto a sordo mudos. Realizaba los mismos ejercicios que ellos porque, además, ciertos problemas en la mandíbula le dificultan la pronunciación.

En el 93, recién finalizados sus estudios, hizo el servicio militar en la Marina. Tuvo la posibilidad de librarse de ella. Durante la instrucción el comité médico le ofreció la oportunidad de librarse de la mili por su dislexia. Su orgullo se lo impidió. “No quería un papel que pusiera inútil”.

Gracias a sus conocimientos de delineación le asignaron el cargo de vigía. Era su deber indicar a través de un micrófono el nombre, el número del barco y la bandera. Advirtió de que no hablaba correctamente y podía dar lugar a confusión, como así sucedió. “No me entendían. Me preguntaban: ‘qué has dicho. Qué, qué, qué…’. Ante la frustración, pidió el cambio de destino. Durante las guardias debía llamar a soldados también mediante el micrófono. Se negaba a hacerlo. “Llegó un momento en el que me negué y no me arrestaron porque expliqué lo que me pasaba”.

Posteriormente ha trabajado como camarero, y como portero. En este último empleo aprendió a comunicarse sólo con la expresión del rostro, sin necesidad de hablar. Luego, durante una década trabajó como técnico de mantenimiento de cajeros automáticos con algunos problemas a la hora de cumplimentar los partes de incidencias.

En ese tiempo ahorró para poner en marcha su propio dojo. Desde los 10 años practicaba las artes marciales. Gracias al tai-jitsu conoció un nuevo mundo, y a nuevas personas. Al principio le costó mucho. Sin embargo, en la actualidad imparte clases. En el dojo no todos saben de su dislexia, pues como por arte de magia la dificultad para expresarse desaparece transitoriamente. “Subo al tatami y me crezco, me explico mucho mejor”, afirma.

‘El don de la Dislexia’, de Ronald D. Davis, ha ayudado a este jerezano a superar en gran parte el miedo y la timidez. Se siente especial, aunque a veces sigue sintiendo cierta frustración ante la ignorancia e incomprensión de la sociedad. La lista de personalidades con este trastorno es larga y Soler puede enumerarlas. “Una persona disléxica es como un gran coche sin frenos: se estrella antes de llegar a la meta». A los niños de ahora les diría aquello que a él le elevó la autoestima: “La dislexia es eso, un don, un regalo… no una enfermedad”, asegura Antonio José Soler, maestro de tai jitsu y disléxico.

Maria Luisa Parra

Periodista. En twitter @MLPARRAGARCIA

Un comentario en «Las artes marciales ‘curan’ su dislexia: «En el tatami me crezco»»

  • Me alegro mucho por ti, tu te has labrado tu futuro, teniendo claras tus metas, siento mucho la incomprensión de la gente y que te sintieras incomprendido. Te conozco y te he visto trabajar. Estoy contigo y es verdad lo que tu dices. Eres el puto amo.

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