Opinión

No sin mi pisito

Gente sin casa y casas vacías. El hecho de que una premisa tan párvula con una conclusión tan evidente suponga un nudo gordiano en el modo de organizarnos pone de relieve cuánto de enferma se encuentra nuestra sociedad.

Vivimos instalados en el drama de los desahucios. Nadie, ni siquiera las entidades financieras pueden argumentar en contra de esta tragedia. Por supuesto, en el marco de su lenguaje abstracto de mercados, ciclos económicos e índices, los representantes del poder económico han culpabilizado a la ciudadanía por vivir por encima de sus posibilidades, por endeudarse en suma. Esta afirmación entra en la lógica del circuito frenético y desquiciado en el que bailamos los y las consumidoras al son que dicta la dictadura de los mercados. Porque el dinero es deuda, sólo porque nos endeudamos es porque los entes financieros se enriquecen.

La atroz maquinaria financiera no habla nuestro idioma, pero nos habla desde su púlpito, para que oigamos sus palabras que suenan a latín litúrgico. Y lo hace para imponerse, para asustarnos, porque lo que no conocemos nos asusta.

Exigir el derecho a la vivienda como derecho legítimo, lanzarles a los señores del dinero nuestro drama a la cara, sin piedad, traducir su biblia, para que veamos cómo funciona esa maquinaria infernal con la que nos someten»

Frente a este temor, frente a esta esquizofrenia colectiva que se ha convertido en cotidiana, en nuestro siniestro hogar, no cabe más que el lenguaje sencillo y directo. Exigir el derecho a la vivienda como derecho legítimo, lanzarles a los señores del dinero nuestro drama a la cara, sin piedad, traducir su biblia, para que veamos cómo funciona esa maquinaria infernal con la que nos someten, y para comprobar que no es tan difícil descifrar cuándo una deuda es ilegítima, cuándo es un fraude. No podemos delegar en jueces y políticos que con frecuencia llegan tarde, porque están ahogados por el propio sistema financiero.

La falta de transparencia en las operaciones económicas son un ataque directo a la ciudadanía que batalla ahora en los tribunales por las cláusulas abusivas, las ejecuciones hipotecarias y la reventa de las deudas, sin conocer el alcance de las operaciones que las entidades financieras realizan a su costa y de los beneficios que obtiene, también a su costa.

La posición de las personas físicas frente a los entes financieros resulta tan desventajosa, tan humillante incluso, que se impone la búsqueda de otros modelos que no pasen por el yugo de la propiedad, que destruyan la imagen de propietaria con grilletes en la que deviene la persona hipotecada.

Este modelo tampoco puede ser el alquiler porque en definitiva también se sustenta en la propiedad, lo que hace que el capitalismo continúe incólume y que el poder legislativo siga produciendo leyes en contra del inquilino, percibiéndolo siempre como potencial deudor. Y, por supuesto, el alquiler no limita los desahucios.

El derecho de uso podría ser la solución. En la actualidad se ha puesto en práctica en Madrid y Barcelona y supone el derecho de uso de la vivienda, sin que se pueda alquilar ni vender, frenando así la especulación.

En definitiva, solo una población organizada, preparada y consciente, sin complejos ni culpas, va a poder hacer frente a la esquizofrenia en la que los poderes económicos nos han encerrado. Como decía el presidente de Burkina Fasso, Thomas Shankara: «No debemos, no pagamos».

(Fotografía: www.facebook.com/aziz.zehraoui)

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