Opinión

La abeja reina… de la Iglesia

Fotografía: El Papa Francisco./ eldiario.es

Tras más de 1.200 denuncias por abusos sexuales a menores y los casos que no se habrán denunciado, la conferencia episcopal a petición del papa (sí, en minúscula) decidió que este 20 de noviembre fuese el día para pedir perdón mediante penitencia y oración a todos los niños que han sufrido casos de pederastia en España.

¿Sabéis cuál ha sido el castigo para esos demonios escondidos bajo hábitos, cruces y confesionarios? la expulsión de la Iglesia al mundo laico, muchas veces tras haber sido cambiados de parroquias a otras ciudades donde volvían a reincidir, o incluso a otros países…

El papa Francisco lo ha admitido y le honra, pero es la abeja reina de una colmena donde hay muchas avispas, algunas de ellas enfermas y otras sin calificativo que pueda describirlas. La pedofilia es una enfermedad, enfermedad que al ser encubierta por el avispero no se distingue de aquella avispa que lo hace por ser escoria con la bragueta caída, o la que usa su situación de poder sobre menores de edad por incapacidad para relacionarse con sus avispas semejantes, bien por problemas de autoestima, de erección o por ocultar su religioso celibato.

Señores de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, en nuestra granja laica no aceptamos a vuestras avispas, avispas que habéis escondido, protegido y defendido durante muchos años mientras miles de niños llorab an y sufrían en silencio sus picaduras de lujuria nocturna mientras de día juraban castidad ante el todopoderoso. No hay perdón, ni oración, ni plegaria que os disculpe, ni a ellos, ni a vosotros, ni lo hay, ni lo habrá…

Llévense y quemen su avispero infectado en vuestro reino de palacios, santidad, pecado e hipocresía, eliminen el secreto de confesión y denuncien con detalle cada uno de los casos ante la justicia humana y den autoridad a la mujer en vuestros estamentos para que no se vuelvan a cometer semejantes atrocidades. Déjennos a los humildes mortales, pecadores, con nuestras miserias y nuestras desdichas que, aunque muchos no consigamos la vida eterna, preferimos una vida efímera y terrenal viendo crecer felices a nuestros hijos a verlos sufrir eternamente y por los siglos de los siglos… AMEN (sin tilde).

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