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No parece violencia de género

Cuando Antonio y Joana se casaron ya no eran unos niños. Ella, que lo conocía bien tras años de desengaños y reencuentros, quiso pensar que él había madurado y que, esta vez sí, estaba dispuesto a cambiar. Al principio pareció que, no sin alguna que otra resistencia, él iba aceptando sus necesidades de afirmación personal; de hecho Joana llegó a pensar que la convivencia podía llegar a ser mutuamente enriquecedora.

Pero no tardó en comprobar que el respeto a su autonomía tenía un límite y empezó a sentir que la relación la asfixiaba. Nadie dice que ella fuera perfecta, porque tenía bastantes manías, pero eran sus manías y se sentía a gusto con ellas. No es que Antonio fuera un hombre especialmente malo, pero lo cierto es que la relación iba cada día peor y, para salvar lo que quedaba del matrimonio, Joana propuso un acuerdo que él se negó a aceptar; esto acabó con sus esperanzas de reconducir una relación que siguió deteriorándose, hasta que Joana decidió divorciarse pese a saber que él jamás lo consentiría. De hecho no solo le recordó la promesa de permanecer juntos hasta que la muerte los separase sino que usó todo su poder legal, financiero y físico para tratar de someter su voluntad y obligarla a desistir de sus propósitos.

En este momento no sé cómo va a acabar la cosa. Antonio dice que no va a consentir que ella se vaya y Joana parece dispuesta a intentarlo contra viento y marea.

Por favor, no busquéis una metáfora de lo que acontece en Cataluña porque cualquier parecido es mera coincidencia.

José Ángel Lozoya Gómez

Miembro del Foro y de la Red de hombres por la igualdad

OtroPeriodismo

Revista de información social y comprometida. En Twitter @Otro_Periodismo

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