Ardores de prensa
Dicen que esto del periodismo es vocacional, que hay a quien no le basta sólo con toda una tarde de trabajo y se llega a acostar con el reportaje en la cabeza para consultarlo más tarde con la almohada y vomitarlo en el teclado, a la mañana siguiente, con la primera taza de café. Comentan que se vive emocionalmente aunque por pura apariencia se disfrace con velos de racionalidad y que llega a encoger las entrañas hasta que no llegan las primeras reacciones, ese qué dirán.
Las facultades escupen licenciados cada curso a sabiendas que lo vocacional se convertirá en indigestión estomacal. Ardores que, en el mejor de los casos se aplacan saltando a la trinchera contraria, la de los gabinetes de prensa —que brotarán cada cuatro años si la trinchera es política—, las agencias de marketing o a abrirte al mundo de las comunicación aplicada a cualquier cosa, que es como el arroz con cosas que no es paella, ni periodismo.
Y, poco a poco, cada vez más rápido, estos últimos son más numerosos ya que los primeros. A decir verdad, los periodistas que trabajan en los medios de comunicación cada vez son menos y más aquellos licenciados que sabiendo las artes de la comunicación y la praxis periodística la practican a la inversa para intentar vender su particular humo –léase producto, servicio, institución o partido– a los primeros. Ese juego perverso de aplicar las reglas del juego a la inversa, que tiene su particular cota de poder y a muchos los atrapa para siempre.
Ahí vemos los boletines diarios de prensa, que la mayoría de medios repiten a golpe de ‘Copy&Paste’, con todos sus puntos y comas, si no por falta de contenido propio, por imperativo del contrato publicitario que el ente público o privado tenga suscrito con el medio, por sobrecarga de trabajo al haber menos en la redacción o por pura flojera, que total para lo que pagan. Ay…, ese periodigno.
Empresarios voraces que quitan derechos al trabajador hasta dejarlos sin dignidad, partidos políticos que crean medios digitales afines con un simple blog y profesionales que hartos de trabajar para otros montan su propia empresa, abriéndose las carnes en la encrucijada de ser periodista honrado y empresario despiadado. Todo eso unido al ansia por el click rápido y el contenido viral»
Crisis crónicas de la profesión, tanto internas, con sus luchas de ego y su salto digital, como externas, con las crisis e ideológicas. Empresarios voraces que quitan derechos al trabajador hasta dejarlos sin dignidad, partidos políticos que crean medios digitales afines con un simple blog y profesionales que hartos de trabajar para otros montan su propia empresa, abriéndose las carnes en la encrucijada de ser periodista honrado y empresario despiadado. Todo eso unido al ansia por el click rápido y el contenido viral.
Ese periodismo de servicio de público. El del número de los cupones, el de la cartelera de cine y de horario de autobuses, el de farmarcias 24 horas y de anuncios por palabras. Hace unos meses, un colega de profesión me decía que una esquela más se había convertido en un lector menos. Y es así, quienes abren el periódico cada mañana por la parte de atrás tienen el bonito hábito de impregnar sus hojas con el aceite de oliva del desayuno, para llevárselo luego bajo el brazo. Mientras tanto, aún queda mucho para que los del me gusta, el retuit y el compartir inviertan el precio de un cubata en la suscripción del digital más barato. Ese periodismo crítico. El que ignora la agenda marcada, el que saca lo oculto a la luz, el que denuncia la injusticia, el que incomoda. Ese, que tanto cuesta y que tan poco vale.
En Twitter@Virginius
Periodista.