Yo confieso: soy periodista, feminista y quise ser azafata en el MotoGP de Jerez
Pido perdón. En primer lugar por si alguna persona despistada lee estas líneas y se imagina que la que escribe luce un físico similar al de las azafatas del paddock. En absoluto es así. En segundo lugar pido perdón por ser periodista y autoproclamarme feminista. Quienes me han tratado dudo que cuestionen lo segundo, aunque habrá quien piense que no soy digna de considerarme tal. Y en tercer lugar pido perdón por haber intentado ser azafata del Gran Premio de Motociclismo de Jerez.
Lo confieso. Allá por el 2008 yo ya era licenciada en Periodismo. Acababa de terminar el Curso de Experto en Educación Secundaria, estudios que compaginaba con mi trabajo en RadioJerez y en un bar los fines de semana, sí de camarera.
Por aquel entonces también era feminista. La culpa es de mi madre, que aún siendo muy conservadora, siempre nos repetía como una letanía a mis hermanas y a mí que estudiáramos y no dependiésemos jamás de un hombre. No voy a profundizar en mis circunstancias, pero mi economía no era boyante. Con 23 años solo había trabajado de azafata en un par de ferias de muestras en las que permanecía en un stand y ofrecía información vestida de modo recatado.
Una conocida me comentó la posibilidad de ganar un dinero extra en el GP. Asistimos a la entrevista. A ella la escogieron, pero a mí no. Quién sabe por qué. Ambas nos parecemos bastante. Cuando supe que me habían descartado lo atribuí a que quizás mi horario no cuadraba con el que se suponía que debía cubrir, tampoco le di mayor importancia. Ahora pienso que tal vez no les gustase el hecho de que fuese periodista en activo.
Cubrí la previa del evento en los alrededores del Circuito para el medio en el que trabajaba y las observé cuando entraban: ceñidas, despampanantes, escotadas… Y tengo que pedir perdón porque no me escandalicé. Accedían a las instalaciones en grupo entre risas y yo me sentí muy bien con el micrófono en la mano.
Poco después vino la feria. Cuando llegó a mis oídos que las azafatas de la caseta del medio cobraban lo mismo que yo en un mes por estar allí quietas sonriendo vestidas con un traje de flamenca, por supuesto, puse el grito en el cielo. Mi jefe de producción me respondió que si no me parecía bien, que me dedicase yo a ello en lugar de ser reportera.
Pasaron los años y tuve la fortuna de trabajar en un periódico digital en el que gozaba de casi total libertad para escoger los temas sobre los que escribir. Decidí entrevistar a estas azafatas para ofrecer otra perspectiva del evento y a la vez mostrar la cara humana y menos superficial, lo que hay detrás de sus maravillosas sonrisas, las razones que les llevan a estar allí y a sufrir con un calzado imposible.
Mis compañeros no entendieron bien la intención. Les expliqué que una vez quise ser una de ellas por la sencilla razón de que necesitaba, y deseaba contar esta experiencia de boca de sus protagonistas. Por fortuna, la fotógrafa y yo accedimos al paddock. ¡Dios! Mi decepción fue mayúscula. Los hombres las llamaban como a perros, las manoseaban y se restregaban con ellas con la excusa de hacerse una foto, las miraban con obscenidad y les proferían “piropos” de dudoso gusto. Por cierto, alabo el trabajo de mi compañera, se las apañó para que las fotografías no resultaran sexistas, algo harto difícil.
Las azafatas están muy formadas, entre ellas se encontraban enfermeras, expertas en Publicidad y Marketing… Les encantaba el trabajo, viajaban, conocían a gente nueva y ganaban algo de dinero extra, ya que la mayoría tenía otro trabajo diferente o era estudiante. Se dejaban cosificar, lo que significa que no ponían trabas a ser tratadas como meros reclamos sexuales»
Salí de allí con náuseas (no exagero), un puñado de declaraciones y una realidad que me decepcionó. Recuerdo que la noche antes de publicar el reportaje no podía conciliar el sueño pues sabía que traería cola. Intenté ser lo menos subjetiva posible.
De aquella experiencia extraje varias conclusiones. Las azafatas están muy formadas, entre ellas se encontraban enfermeras, expertas en Publicidad y Marketing… Les encantaba el trabajo, viajaban, conocían a gente nueva y ganaban algo de dinero extra, ya que la mayoría tenía otro trabajo diferente o era estudiante. Se dejaban cosificar, lo que significa que no ponían trabas a ser tratadas como meros reclamos sexuales. Una de ellas me confesó que si algo de aquel empleo ocasional no les gustaba ninguna de ellas lo diría en público jamás porque nos las volverían a contratar.
Un año después de la publicación de este reportaje surge la polémica. Aunque algunos titulares tergiversan la propuesta de un grupo político local, el debate prácticamente se reduce a: azafatas sí o no. El oportunismo de los medios y los partidos políticos florece: se habla de que el machismo mata (algo que ya sabemos), del “prohibido prohibir”, de la destrucción de puestos de trabajo y de la libertad de estas chicas a dedicarse a lo que deseen, resulte o no más o menos denigrante para el género.
Y yo tengo que confesar que con cada titular, con cada información que he leído, he perdido un poco más la esperanza de que se acabe con una sociedad machista y seamos todos y todas iguales. Cada ciudadano es dueño y señor de sus opiniones. Yo soy feminista y defiendo el derecho de estas chicas a trabajar voluntariamente como ellas deseen.
Ojalá algún día eduquemos a los niños y niñas en el respeto, la diversidad y la tolerancia, para que cada uno vista como quiera sin que por ello pierdan el RESPETO del resto de las personas. Solo deseo volver a hacer un reportaje en el paddock del GP y que no traten a las azafatas como a ganado. Solo deseo que no sea necesario verlas con atuendos casi ridículos pasear los cuerpos que trabajan día a día mientras lo compaginan con otros estudios y trabajos.
Solo deseo que en el futuro los niños y niñas sean menos superficiales y que se conviertan en hombres y mujeres que, lejos de justificar o tolerar los comportamientos machistas que yo viví en el paddock, lo censuren hasta erradicarlos»
Solo deseo que en el futuro los niños y niñas sean menos superficiales y que se conviertan en hombres y mujeres que, lejos de justificar o tolerar los comportamientos machistas que yo viví en el paddock, los censuren hasta erradicarlos.
Hasta entonces, solo deseo que ni una periodista, ni una ingeniera, ni un cajera de supermercado, tenga que recurrir a este tipo de empleos para poder intentar vivir un poco mejor. El machismo mata, pero no se acaba con él en un evento deportivo. Seamos serios, dejemos el oportunismo y la demagogia de un lado, hablamos de vidas constreñidas, incluso de muertes. Atajemos el problema de raíz.
Periodista.