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El crimen en África y la tragedia en Europa

Refugiados en el polideportivo jerezano ‘Kiko Narváez’/. Miguel Á. Ramirez

Es así como que alguien comete un crimen pero no le gusta ver la sangre. Y cuanto más despiadado, descarnado, genocida, repugnante y atroz es el crimen, más impoluta quiere ver su madriguera. No es que el flujo sanguíneo que salpica el búnker asesino sea una tragedia, más bien es una molestia, un incordio, algo a lo que hay que prestarle atención.

Y en estas estamos, prestándole atención a los refugiados, no siempre la misma atención claro, la cotidianidad del horror nos ha anestesiado la conciencia y la cordura. Sólo miramos de frente cuando el olor a plasma se hace demasiado evidente o cuando por alguna razón nos obligan a mirar.

Islas sólo de Sangre decía el poeta Oliverio Girondo, y eso son esas mujeres y hombres, sólo de sangre, calientes, palpitantes, llenas de vida, gritándonos lo que somos, lo que consentimos.

Pero en la vieja conejera que es Europa no queremos escuchar. Pobres, decimos, son pobres que vienen a comer de nuestra sopa. Y la opinión se divide entre los que defienden que se les de una cuchara y los que piensan que aquí ya tenemos nuestros propios pobres y no caben más.

La militarización del continente africano por las potencias occidentales es la causa del éxodo. Las economías occidentales sostienen en África los regímenes dictatoriales más salvajes y corruptos»

Argumentos tan insulsos, tan insignificantes ante la magnitud del crimen que asola África, son los que copan la opinión pública, la prensa mayoritaria. Pero los migrantes no son pobres, son supervivientes de la guerra que la Unión Europea, la OTAN y las grandes potencias económicas han provocado en África. La militarización del continente africano por las potencias occidentales es la causa del éxodo. Las economías occidentales sostienen en África los regímenes dictatoriales más salvajes y corruptos y ahogan los movimientos progresistas y anticapitalistas. Las economías occidentales saquean los recursos naturales de África, torturan niños para ser explotados en las minas, se adueñan del oro, el uranio, el petróleo, el diamante, el cobre, el coltán… La Unión Europea defiende leyes asesinas en África, como la llamada “Ley 36” que convirtió el desierto de Niger en un gran cementerio. Nada nuevo, hasta en los colegios se habla del colonialismo, todo el mundo sabe como las grandes potencias económicas saquean África.

Sin embargo, ni una palabra sobre ello.

Una vez que estas personas se acercan a nuestras costas con un mensaje tan claro, tan diáfano, tan directo como violento, tan ancestral, tan telúrico, tan terrible, entonces lo único que queremos es limpiar la sangre.

Y nos hemos dotado de mecanismos efectivos para hacerlo: Declaración Universal de Derechos Humanos; Convención de Ginebra; Convenio Europeo de Derechos Humanos; Carta de Derechos Fundamentales de la UE; Convención de la ONU sobre el Derecho en el Mar; Cartas magnas de cada Estado miembro de la UE. Toda esta excelsa normativa ampara el derecho de asilo, obliga a los estados de la Unión Europea a acoger a los refugiados.

Huelga decir que los Estados de la Unión (…) no cumplen con la normativa. El simple hecho de poner cuotas de refugiados que pueden ser acogidos es un incumplimiento de la normativa internacional. Tampoco se cumplen los protocolos que se activan en los casos de tragedia»

Huelga decir que los Estados de la Unión (y mucho menos el resto de potencias internacionales con capacidad económica) no cumplen con la normativa. El simple hecho de poner cuotas de refugiados que pueden ser acogidos es un incumplimiento de la normativa internacional. Tampoco se cumplen los protocolos que se activan en los casos de tragedia (accidentes de avión, atentados terroristas…), porque como no podría ser de otro modo, la llegada de refugiados no es considerada oficialmente una tragedia.

Pero aún cuando las voces más sensatas, sensibles, inteligentes, defienden la aplicación de los mecanismos legales para recibir, para acoger, a los refugiados, no podemos olvidar el problema fundamental y latente, la complejísima cuestión ética, la horrible paradoja de la víctima que pide refugio en casa de su asesino.

María Luz Moreno. Abogada.

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