El Lorca más actual
Fotografía: Isabel Domínguez, de Las Sin Sombrero, en el papel de Bernarda Alba./ Grupo Teatro Jerez.
Lo trascendente, lo eterno, aquello que aborda la realidad del ser humano, su existencia y la permanente reflexión sobre ella, nace de lo cotidiano. Trasladarlo al arte, a la literatura, convierte estas expresiones en imperecederas, más allá del paso de años, décadas, siglos.
Ocurre con Lorca. Cuando vamos para los 100 años desde que fuese creada, ‘La casa de Bernarda Alba’ se representa hoy como si acabase de nacer, tan profunda es su exploración del alma humana, de los más arraigados convencionalismos (sociales, generacionales, de género…). Es más, como si hubiera sido escrita para el ya imparable y justo movimiento de igualdad de género y de libertad que hoy reclaman, manifestaciones históricas incluidas, mujeres y hombres.
El Lorca comprometido, el Lorca que hoy definiríamos como feminista, usa la literatura como elemento que trasciende más allá de la propia creación artística, que se imbrica con la política, que persigue la justicia social, que indaga en las opciones de transformación, todo ello en un periodo tan abierto a la búsqueda de nuevos objetivos y retos como fue la República. Con el fin de este periodo, con la llegada de la Guerra Civil, primero, la dictadura, después, se cercenaría una de las etapas más ambiciosas de las artes en España, se cercenarían las vidas de algunos de los grandes creadores (de hecho, ‘La casa de Bernarda Alba’ fue la última obra teatral de Lorca, poco después sería asesinado), pero no sus obras, aún vigentes, incluso con mayor vigor que en la época en que fueron gestadas.
Desde el arte, con palabras mayores, contra la cotidiana vileza de lo injustamente aceptado que, por ser tal —vil, injusto, cotidiano y aceptado — merece ser expuesto, aireado y rechazado, con la misma mirada transgresora que fijó Lorca hace casi un siglo, ya para siempre»
El argumento es de sobra conocido: la muerte del segundo marido de Bernarda Alba cercena la ya limitada libertad de sus cinco hijas, que deben someterse a ocho años de luto, excepción hecha de la mayor, que percibe las únicas rendijas de libertad en la prisión levantada por la matriarca: puede casarse con quien la ronda, Pepe el Romano. Adela, la más pequeña, se rebela, extiende sus alas, rompe las cadenas con que pretenden atarla y aspira al hombre que ha sido decidido se despose con su hermana (he aquí la permanente presencia en la obra de Lorca del amor imposible). De lo cotidiano a lo universal: el deseo de libertad dispuesto a arremeter contra cualesquiera imposiciones que encuentre a su paso, aun más fuerte que la vida misma, la que acabará perdiendo Adela, ante el falso convencimiento de la muerte de Pepe el Romano.
Plena de simbolismo, de excelsa mezcolanza entre tradición y vanguardia (ese encarnizado choque entre lo convencional y lo sensorialmente transgresor), reflejo simpar de la represión rural hacia la mujer en la España prebélica, ‘La casa de Bernarda Alba’ es un robusto canto a la libertad, un comprometido alegato contemporáneo. Un compendio, un reflejo de los clásicos griegos y lo inexorable del destino, una mirada al Siglo de Oro y los dramas de honor y muerte. Una presencia, más allá del tiempo, del individualismo frente a lo inexorablemente establecido.
Mención destacada exige la puesta en escena y la interpretación del elenco femenino de Las Sin Sombrero (va en el nombre, sin ambages, una ambiciosa declaración de intenciones), con una extraordinaria Isabel Domínguez en el papel de Bernarda Alba. Un grupo de mujeres levantándose desde el proscenio, desde el arte, con palabras mayores, contra la cotidiana vileza de lo injustamente aceptado que, por ser tal —vil, injusto, cotidiano y aceptado — merece ser expuesto, aireado y rechazado, con la misma mirada transgresora que fijó Lorca hace casi un siglo, ya para siempre.
Filólogo y periodista.