«Ojalá no viviésemos en un mundo en el que salir del armario puede ser motivo de insultos, palizas o que te echen de tu propia casa»
El profesor malagueño y activista LGTBI, Juan Naranjo, habla sobre la necesidad de educar en diversidad sexual y de género en las aulas. Apodado ‘Juanito Libritos’ en redes, cuenta cómo su propia experiencia le ha llevado a tener estos firmes valores.
Ser homosexual o transexual puede ser sinónimo de objeto de insultos y discriminación. Juan Naranjo, profesor de Educación Secundaria y nacido en Málaga en 1983, conoce bien lo que es crecer cohibido en un mundo heteronormativo, en el que su orientación sexual no es la normalmente aceptada. Más conocido como “Juanito Libritos”, este profesor malagueño cree en la importancia de educar en valores de respeto y tolerancia hacia el colectivo LGTBI. No se puede construir una sociedad inclusiva y respetuosa si no existe respeto por las diferentes identidades sexuales y de género. Así, lo ha manifestado en sus clases y en redes sociales, donde tiene miles de seguidores. Además, autor de ‘Mariquita: Una historia autobiográfica sobre la homofobia’. En esta novela cuenta el camino de un niño en el descubrimiento de su sexualidad y de su identidad, en un mundo en el que no se le permitió encajar.
Es muy fácil decir “ármate de valor y sal del armario” sin valorar las circunstancias de esa persona y su situación mental o familiar
OtroPeriodismo.- ¿Cree que el colectivo LGTBI+ está correctamente integrado en las aulas actualmente?
Juan Naranjo.- Creo que la realidad LGTBI aún sigue infrarrepresentada en nuestras aulas. Por desgracia, se habla poco de la historia de nuestro colectivo o de las figuras relevantes del mismo. En muchas ocasiones, la realidad de este enorme porcentaje de la población queda relegada a un taller de una hora al año impartido por alguien externo al centro. Hay una parte importante del profesorado LGTBI que sigue sin hablar con cotidianidad de su vida –algo que sí que hace la totalidad de docentes cisheterosexuales– por temor a no ser bien recibido. Y lo mismo pasa con el alumnado: aunque cada vez sean más los que viven su vida abiertamente desde muy jóvenes, siguen encontrándose dificultades y rechazo por parte de numerosos sectores.
OP.- ¿Cómo introducir unos valores de respeto hacia la diversidad en el aula? ¿Ve conveniente dedicar una asignatura completa, al igual que se tiene una de ética?
JN.- No creo que sea necesaria una asignatura completa. Creo que –al igual que con el feminismo, por ejemplo, o la lucha contra el racismo– la realidad LGTBI se tiene que trabajar de forma estructural en todas las asignaturas. Creo que los talleres son muy importantes también, claro, pero no solo los que tratan específicamente temas LGTBI, sino que esa realidad debería estar presente en todos. No tiene sentido, por ejemplo, que en los talleres sobre educación sexual se dé por hecho que todo el alumnado es cisheterosexual, cuando es obvio que no es así. Hablar de la realidad LGTBI desde distintos frentes, y con la naturalidad que merece, es la única forma de transmitir conocimiento y respeto por las minorías.
OP.- Desde pequeños nos tienen acostumbrados a películas heteronormativas en las que es la chica la que tiene que ser salvada por el chico, ¿qué opina sobre esto? ¿cómo se les podría dar una vuelta a estas historias para que sean más acordes a una sociedad inclusiva?
JN.- Afortunadamente, cada vez hay más diversidad en las historias. Mientras que en los noventa era casi imposible encontrar personajes LGTBI en la televisión (y, si los había, solían ser paródicos o estar vinculados al drama y la enfermedad), hoy en los medios es rara la serie en la que no encontramos personajes del colectivo. Esto no solo es positivo para el alumnado LGTBI, que ve cómo sus historias también importan y ven cómo ellos pueden aspirar a vivir cosas muy parecidas a las de sus compañeros. También es positivo para el alumnado cisheterosexual, para entender que hay más formas de vivir y de ser además de la suya. El cine, la televisión, la literatura juvenil y los cómics están haciendo una gran labor al respecto.
La legislación educativa entiende que el derecho del alumnado a ser educado en Derechos Humanos está por encima de las opiniones personales de su familia
OP.- La escuela es el lugar de aprendizaje y socialización en la etapa infantil. ¿Qué sucede si al niño o niña se le enseña estos valores de tolerancia en la escuela, pero luego en casa no se comparten?
JN.- La escuela es solo un elemento más en la socialización y el aprendizaje durante la infancia y la adolescencia, y quizás ni siquiera es el más influyente. La familia, durante la infancia, y el grupo de iguales, durante la adolescencia, tienen mucho más peso en la conformación de una identidad, de una personalidad y de una cosmovisión que la propia escuela. Nosotros solo somos un elemento más, pero intentamos hacer todo lo que está en nuestra mano para educar en valores de respeto y celebración de la diferencia. Si contribuimos a mejorar el clima de una comunidad educativa, también mejoraremos el clima de un barrio, por lo que quizás nuestra influencia tenga más capacidad de crear nuevas realidades de lo que creemos.
OP.- ¿Se ha encontrado con rechazo o discriminación por parte de sus alumnos cuando ha decidido hablar sobre estos temas en sus clases? ¿Le han llegado quejas de algunos padres por tratarlos?
JN.- Educar en el respeto a la diversidad no es algo que nosotros decidamos hacer unilateralmente y de motu proprio: es algo recogido en la legislación educativa (nacional y autonómica) de forma muy específica y abundante. Educar en diversidad no es solo nuestro derecho, sino nuestra obligación. Es un contenido más, igual que lo es educar en el respeto al medio ambiente. Yo apenas he tenido problemas al respecto, salvo alguna reticencia por parte de familias de fuertes creencias religiosas. Afortunadamente, la legislación educativa entiende que el derecho del alumnado a ser educado en Derechos Humanos está por encima de las opiniones personales de su familia.
OP.- Si seguimos la famosa máxima “al amor no se le pueden poner etiquetas”, ¿debemos dejar de definir a una persona por su orientación sexual?
JN.- Podremos hacerlo cuando vivamos en un mundo no heteronormativo en el que ser LGTBI no sea un motivo de rechazo o discriminación. Hasta entonces, tendremos que seguir nombrándonos y haciéndonos visibles para que se sepa que estamos aquí, que somos muchos y que no estamos dispuestos a pasar desapercibidos ni a callarnos para no incomodar a nadie.
OP.- ¿Qué le diría a un chico o a una chica que tuviera miedo a mostrar que le gusta alguien de su mismo sexo o que no se siente cómodo con el sexo que le ha sido asignado desde el nacimiento?
JN.- Las circunstancias vitales de cada persona son únicas e irrepetibles. Es muy fácil decir “ármate de valor y sal del armario” sin valorar las circunstancias de esa persona y su situación mental o familiar. Ese primer reconocimiento de no ser cisheterosexual es un paso
muy complejo para la mayoría de la gente, y solo puede darse cuando uno se sienta realmente preparado. A algunas personas les llegará a los 19, a otros a los 9, y serán igual de válidos. Ojalá no viviésemos en un mundo en el que salir del armario puede ser motivo de insultos, palizas o que te echen de tu propia casa… pero, por desgracia aún sucede. Hay que ser muy cuidadoso a la hora de aconsejar nada a nadie si no vas a ser tú quien va a estar ahí para cuidar del bienestar posterior de esa persona. Lo único que puedo hacer como docente es trabajar para mejorar las circunstancias, el entorno y el autoestima de mi alumnado. Ojalá pudiera hacer mucho más, claro.
‘Mariquita’
OP.- Por último, ¿qué nos puede contar de su libro ‘Mariquita: Una historia autobiográfica sobre la homofobia’? ¿Qué espera despertar en todo aquel que lo lea?
JN.- Mi libro es una novela gráfica sobre crecer sabiéndote diferente y sobre sobrevivir a un mundo que te pone las cosas más difíciles por ser quien eres. Es una historia sobre la homofobia que yo he vivido y superado durante mi infancia, adolescencia y primera juventud, pero a la vez habla de todos los marginados, los excluidos, los raritos que tuvimos que crearnos un mundo a nuestra medida porque en el nuestro no encajábamos. Es una historia sobre el amor, el despertar de la sexualidad y la conciencia, y también una crónica sobre ser gay en la España de los años 90. Tiene un mensaje muy positivo de aceptación y crecimiento personal. Ojalá sirva a mis lectores para identificarse en las vivencias ajenas (que yo creo que son muy personales, pero a la vez muy universales) y para hacerles ver que la cosa mejora y que, aunque les sea difícil imaginarlo, llegará un momento en que se sentirán libres, felices y completos.