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Sindicalista y empleada doméstica irregular: «No puedo ser leal cien por cien con mis principios porque el Gobierno no me deja serlo»

Julia fue delegada sindical y abandonó su empleo al sufrir acoso laboral. Ahora tiene 50 años y desde hace siete trabaja como empleada del hogar. Forma parte del 30,9% de este colectivo sin estar dado de alta en la Seguridad Social. No admite reproches: “Con 640 euros no se puede vivir. A mí nadie me mantiene”.

Sindicalista y empleada del hogar sin regularizar. Esta dualidad caracteriza a Julia que en la actualidad acaba de rebasar los 50 años. Al finalizar los estudios de Administrativo, trabajó durante dos décadas para una empresa en la que reivindicaba el cumplimiento de los derechos y deberes de sus trabajadores.

Según cuenta, tras soportar una larga etapa de acoso laboral, tiró la toalla y abandonó la empresa atrapada en una profunda depresión. Una vez desempleada y recién separada —»me llevaba los problemas a casa»—, sin hogar, se marchó con uno de sus hijos a casa de su madre. El otro permaneció con el padre. «No había espacio para todos en casa de la abuela».

Una vez agotada la prestación para mayores de 45 años de unos 400 euros hace algo más de un lustro, cuenta, se buscó la vida y comenzó a trabajar como empleada doméstica. Julia se encarga la limpieza y el cuidado de siete personas durante ocho horas al día, de lunes a viernes, sin legalizar, por un sueldo de 640 euros. “Aunque yo esté totalmente en desacuerdo, con ese dinero no se puede vivir; no podré seré legal nunca”.

Ella forma parte del 30,9% de los empleados domésticos (el 90% son mujeres) de España que no estaban dados de alta en la Seguridad Social en 2016, a pesar de la entrada en vigor de la ley que obliga desde 2012 a legalizar la situación de este colectivo a partir de la primera hora trabajada, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

El día que cobre 1.000 euros y no quiera estar asegurada porque quiera cobrar 1.200 entonces podrán llamarme perra, desleal y deshonesta, mientras tanto no porque a mí nadie me mantiene»

Esta mujer comenzó a trabajar con 16 años, padece de artrosis y tiene dos hernias discales. “Dentro de poco no podré ni coger la fregona”. Las humillaciones y abusos que sufren los campesinos de la película ‘Los santos inocentes’, de Mario Camus (1984), basada en la obra homónima de Miguel Delibes, marcaron a fuego su ideología obrera. Por ello no se define como una empleada del hogar al uso. “Ya lo avisé al comenzar a trabajar en la casa: lo hago por necesidad, yo tengo las manos y usted tiene el dinero”.

Asegura que la situación le obliga a trabajar de forma irregular para mal vivir. Al igual que la mayor parte de la ciudadanía debe cubrir sus necesidades básicas, pagar la luz, el agua, el alquiler de la vivienda en la que reside hoy día de 30 metros y el coche que necesita para ir a trabajar. “Con 640 euros, yo al menos no puedo vivir. Llega el día 25 y no tengo nada”. Y en el caso de regularizar su situación de poco le serviría en el supuesto de quedar nuevamente desempleada pues en España el régimen no incluye la prestación de desempleo, las trabajadoras domésticas son el único colectivo de trabajadores que carece de este derecho.

La ex delegada sindical se niega a trabajar por las tardes en otras casas. “Eso es lo que quiere el Gobierno: tener a una persona trabajando 20 horas al día”, espeta. Y tampoco admite reproche alguno: “Soy legal y trabajadora hasta la médula. El día que cobre 1.000 euros y no quiera estar asegurada porque quiera cobrar 1.200 entonces podrán llamarme perra, desleal y deshonesta, mientras tanto no porque a mí nadie me mantiene. No puedo ser leal cien por cien con mis principios porque el Gobierno no me deja serlo. Trabajar es algo digno cuando el trabajo es digno”, concluye la trabajadora.

Maria Luisa Parra

Periodista. En twitter @MLPARRAGARCIA

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