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El feminismo de algodón

El árbol de laurel

Cuando las multinacionales textiles comenzaron a comercializar camisetas con la cara de Ernesto Che Guevara, algo se murió en el castrismo. Pudiera parecer que no, por aquello del enemigo en casa y del caballito de Troya, pero así fue. La efigie retratada por Alberto Korda se hizo entonces viral —que diríamos hoy—, pese al anacronismo del término. Probablemente, el sentimiento fuera similar al de los leninistas que vieron levantarse el McDonalds en plena Plaza Roja. Paradojas de la vida. En cierta manera, cuando algo se convierte en activo mercantil, pierde su encanto y minimiza también su efecto. Huyendo de ese destino, es como si las cosas importantes flotaran en el ambiente sin atreverse a tocar la cartera. Sin deber tocarla. Como si lo que cuenta de verdad debiera transformarse en árbol de laurel para no ser poseído, como hizo Dafne para escapar de las garras de Apolo. Es un sacrificio que quizá merezca la pena replantearse.

Cuando las divas de medio pelo —por muy Pantene que este sea— nos dicen que ni machismos ni feminismos, están podando nuestro árbol de laurel, ese en el que con tanto esfuerzo hemos petrificado las cosas importantes para que nadie nos las toque ni las venda. Ese que se lleva al otro lado del pecho»

A veces los escaparates de las tiendas son espejos donde Apolo se mira. Hace unos meses, la cadena Zara lanzó una camiseta a precio bastante asequible con el lema “Everybody should be feminist” (“todo el mundo debería ser feminista”). Se trataba de una versión low cost de la que Dior subió a la pasarela de la Alta Costura de París con la leyenda casi idéntica “We should all be feminists” (“todos deberíamos ser feministas”). Después llegó el “Future is female” (“el futuro es de las mujeres”) de Prabal Gurung y las decenas de réplicas de las franquicias más recurrentes de nuestros armarios: “girl power”, “empowerment”, “feminist”… y así hasta más de una treintena de formas baratitas de exhibir feminismo sobre el pecho.

Parecería que pudiendo gritar este tipo de consignas de algodón lo tenemos todo hecho, pero pese a la inestimable mediación de Amancio Ortega —y esto es lo increíble—, las mujeres estamos jodidas. Lo estamos si somos guapas —porque o lo somos demasiado para que nos tomen en serio o no lo somos lo bastante para merecer a un hombre—; lo estamos si somos feas —porque cómo no sacaremos un ratito para ir al gimnasio y hacer la dieta detox; será que no nos queremos lo suficiente—; lo estamos si somos listas —por pretenciosas—; lo estamos si somos menos listas —porque entonces solo nos queda ser monas—; lo estamos si nos quedamos en casa —porque no estamos haciendo la revolución—; lo estamos si trabajamos fuera —porque ¿quién narices consigue eso de conciliar?—; lo estamos si tenemos hijos —porque el sentimiento de culpa ya nunca nos abandona—; lo estamos si no queremos tenerlos —porque no somos verdaderas mujeres—; lo estamos si queremos igualdad —porque dicen que ya la hemos conseguido. Lo estamos. Y puede que Amancio y Apolo no lo sepan.

Cuando las divas de medio pelo —por muy Pantene que este sea— nos dicen que ni machismos ni feminismos, están podando nuestro árbol de laurel, ese en el que con tanto esfuerzo hemos petrificado las cosas importantes para que nadie nos las toque ni las venda. Ese que se lleva al otro lado del pecho.

Antonia I. Nogales Bocio

En Twitter @AiNogalesBocio Doctora en Periodismo y Máster en Filosofía y Cultura Moderna por la Universidad de Sevilla. Actualmente es Profesora Ayudante Doctora en la Universidad de Zaragoza y vicepresidenta del Laboratorio de Estudios en Comunicación (Ladecom).

2 comentarios en «El feminismo de algodón»

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